
Lo mío es tan diferente, exactamente llamo barrio, no al lugar donde vivo, sino el lugar donde pertenecí por muchos años y casi todas las tardes de mi adolescencia. Se ubicaba en un parque circular, alrededor de casas pintorescas, donde el punto de encuentro era el famosísimo “LA NAVE”, una esquina donde nos reuníamos para matar las horas aburridas, se llamaba así porque justamente en esa esquina hay un local con este nombre. Cuando a los 14 años, el zambo, como así lo llamamos, se emborrachó por primera vez, un lugar que jamás olvidaría.
Me incruste a este barrio desde los 13 años, donde el barrio con “V” quedaba cerca a mi antiguo colegio El Buen Pastor en las Palmeras. Me lo presentó una amiga la cual pasaba mayor tiempo con los chicos del barrio, más hombres que chicas. Después de las 4 de la tarde hasta la noche, casi todos los días, pasábamos conversando en una banquita, o al centro del parque donde estaba la Virgen de Fátima, y si es que no había tema de conversación, los chicos se ponían a jugar pelota, pero las mujeres refutaban y corríamos a jugar a los 7 pecados. No faltaba nadie precisamente si era el santo de uno de los zambos. Eran adolescentes sanos, estudiantes, divertidos, y sobre todo unidos. Algo que jamás me podré responder es. ¿Por qué en ese barrio existía tanto zambo? Era una satisfacción enorme cuando veías a uno de ellos, porque principalmente eran quienes le ponían chispa al grupo.
Era un barrio tranquilo, limpio, con mucho movimiento los días sábados. Los niños de la cuadra salían a jugar con sus primos o amigos. Era un barrio fraternal, las madres correteando a sus hijos, empujando el coche o tratando de hacerles caminar. Aspiraba a amor entre familias y unión entre vecinos. Uy, los vecinos, eran las personas que mas nos tenían afecto, claro no todos.
Como olvidar a la Señora “Bambucha”, muy carismática, jovial y de raza negra, se imaginaran por qué la apodamos de sea manera. Salía con un polo anaranjado ajustado a su cuerpo, voluptuosa como siempre, y de manera prepotente, gritaba a los cuatro vientos: ZAMBOOO VEN. Era la tía de uno de nuestros amigos, muy renegona por cierto. Estaba la tía del Internet, hasta el día de hoy no tengo idea cómo se llamaba, pero era muy amable, bondadosa, amigable, y siempre nos fiaba las horas en el internet. Además el Royero, el de la tienda, donde cada vez que había una reunión especial, era el lugar preciso para comprar la caja de cerveza y gaseosa. La abuela de Juanjo, que era quien se lo llevaba a su casa para que duerma temprano.
El peligro, es otro tema particular en todo vecindario, en la cual en aquel parque no se frecuenta robos, ni pandillaje, ni drogadictos, sin embargo, no existe lugar que se libre de este tipo de atropello. Finalmente tuvo que pasar, un atardecer poco nublado, en el centro del parque (afortunadamente no estaba presente) se acercaron dos hombres mayores ante los chicos, e inmediatamente sacaron un arma y pidió forzosamente que les entregue todos los celulares en una bolsa. Todos los jóvenes impactados, pensaron en un segundo, luchar, pero en el momento que saco el arma, decidieron que hubiera sido más peligroso y accedieron. A partir desde ese día, pidieron los vecinos que ronde mas seguido el patrullero de serenazgo. Era imposible que un parque se libre de robos, escándalos, momentos inéditos, desde cuando los vecinos estuvieron presente en cada incidente, y realizaban reuniones en la casa del jefe de comité del vecindario.
Lo más hermoso del vecindario era que las noches eran tranquilas, en silencio, siempre con iluminación, y con un poco al estilo romántico. En los pasajes y corredizos ni siquiera pude imaginarme, que fuese ahí donde me enamoraría por primera vez. Un parque que vio latir mi corazón rápidamente sin poder saber lo que pasaba. Pero cuando sé es adolescente, el amor de verano y todas las estaciones que existen en el mundo son conscientes de la estupidez que te embarga. Caminando tras una y otra vuelta, de forma circular, el parque es el único que tiene mente, mientras que tú ya la haz perdido. Pero no todo dura como uno lo dibuja en el futuro, éramos adolescentes, y las ilusiones sobraban en el puente del amor, hasta finalmente que se derribó.
Un barrio que aprendí a conocer amigos, a conocer familias, la unión de vecinos, la limpieza, si es que perdura la colaboración entre todos, el sufrimiento de un amor, mi propia vida, mis experiencias en compañía de la curiosidad, me sentía como si hubiera sido mi casa parte de aquel vecindario. Una época donde disfruté a viento y marea mi adolescencia, que hasta el día de hoy me ilumino al ver pasar otras generaciones.
Me incruste a este barrio desde los 13 años, donde el barrio con “V” quedaba cerca a mi antiguo colegio El Buen Pastor en las Palmeras. Me lo presentó una amiga la cual pasaba mayor tiempo con los chicos del barrio, más hombres que chicas. Después de las 4 de la tarde hasta la noche, casi todos los días, pasábamos conversando en una banquita, o al centro del parque donde estaba la Virgen de Fátima, y si es que no había tema de conversación, los chicos se ponían a jugar pelota, pero las mujeres refutaban y corríamos a jugar a los 7 pecados. No faltaba nadie precisamente si era el santo de uno de los zambos. Eran adolescentes sanos, estudiantes, divertidos, y sobre todo unidos. Algo que jamás me podré responder es. ¿Por qué en ese barrio existía tanto zambo? Era una satisfacción enorme cuando veías a uno de ellos, porque principalmente eran quienes le ponían chispa al grupo.
Era un barrio tranquilo, limpio, con mucho movimiento los días sábados. Los niños de la cuadra salían a jugar con sus primos o amigos. Era un barrio fraternal, las madres correteando a sus hijos, empujando el coche o tratando de hacerles caminar. Aspiraba a amor entre familias y unión entre vecinos. Uy, los vecinos, eran las personas que mas nos tenían afecto, claro no todos.
Como olvidar a la Señora “Bambucha”, muy carismática, jovial y de raza negra, se imaginaran por qué la apodamos de sea manera. Salía con un polo anaranjado ajustado a su cuerpo, voluptuosa como siempre, y de manera prepotente, gritaba a los cuatro vientos: ZAMBOOO VEN. Era la tía de uno de nuestros amigos, muy renegona por cierto. Estaba la tía del Internet, hasta el día de hoy no tengo idea cómo se llamaba, pero era muy amable, bondadosa, amigable, y siempre nos fiaba las horas en el internet. Además el Royero, el de la tienda, donde cada vez que había una reunión especial, era el lugar preciso para comprar la caja de cerveza y gaseosa. La abuela de Juanjo, que era quien se lo llevaba a su casa para que duerma temprano.
El peligro, es otro tema particular en todo vecindario, en la cual en aquel parque no se frecuenta robos, ni pandillaje, ni drogadictos, sin embargo, no existe lugar que se libre de este tipo de atropello. Finalmente tuvo que pasar, un atardecer poco nublado, en el centro del parque (afortunadamente no estaba presente) se acercaron dos hombres mayores ante los chicos, e inmediatamente sacaron un arma y pidió forzosamente que les entregue todos los celulares en una bolsa. Todos los jóvenes impactados, pensaron en un segundo, luchar, pero en el momento que saco el arma, decidieron que hubiera sido más peligroso y accedieron. A partir desde ese día, pidieron los vecinos que ronde mas seguido el patrullero de serenazgo. Era imposible que un parque se libre de robos, escándalos, momentos inéditos, desde cuando los vecinos estuvieron presente en cada incidente, y realizaban reuniones en la casa del jefe de comité del vecindario.
Lo más hermoso del vecindario era que las noches eran tranquilas, en silencio, siempre con iluminación, y con un poco al estilo romántico. En los pasajes y corredizos ni siquiera pude imaginarme, que fuese ahí donde me enamoraría por primera vez. Un parque que vio latir mi corazón rápidamente sin poder saber lo que pasaba. Pero cuando sé es adolescente, el amor de verano y todas las estaciones que existen en el mundo son conscientes de la estupidez que te embarga. Caminando tras una y otra vuelta, de forma circular, el parque es el único que tiene mente, mientras que tú ya la haz perdido. Pero no todo dura como uno lo dibuja en el futuro, éramos adolescentes, y las ilusiones sobraban en el puente del amor, hasta finalmente que se derribó.
Un barrio que aprendí a conocer amigos, a conocer familias, la unión de vecinos, la limpieza, si es que perdura la colaboración entre todos, el sufrimiento de un amor, mi propia vida, mis experiencias en compañía de la curiosidad, me sentía como si hubiera sido mi casa parte de aquel vecindario. Una época donde disfruté a viento y marea mi adolescencia, que hasta el día de hoy me ilumino al ver pasar otras generaciones.
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