
Corría el frio de invierno, rozando mi rostro una y otra vez, y proclamando silenciosamente la experiencia que llevaríamos a cabo con las personas de chincha. Un grupo juvenil, líderes de Confirmación, al cual permanezco ya más de dos años, nos revoloteamos de entusiasmo de llevar alegría a la gente que lo necesita. Eran las 6 de la mañana y aun siento respirar ese aire frio que embarga el gallo por las mañanas, como si fuese ayer, dando paso tras paso para llegar a la Parroquia el Buen Pastor, estaba abrigada con un gran poncho encima, y una pequeña maleta, solo llevaba lo necesario.
Ya dentro, en la gran sala, las paredes reflejaban emoción, ánimos y sobre todo responsabilidad de lograr un gran trabajo con los niños de Chincha, arrancarles una sonrisa, aunque sea una, después del gran tormento que hizo temblar sus corazones.
Ahí estaban mis compañeros, un grupo unido, organizando los víveres, golpeando el bombo, probando el micrófono, los parlantes, las canciones listas, y los juguetes envueltos en papel de regalo, es que ya se oía a lo lejos golpear suavemente los cascabeles de Navidad y como olvidar ese disfraz de Barney, realmente recordado por su simpatía. Se escuchaba el chillar de la cinta de embalaje que corría y venia con tanto apuro por toda la sala, es que las ganas de la ayuda social nos invadía.
Mientras me acoplaba a los últimos preparativos, ese joven de granos efímeros, de nariz hinchada y de ojos achinados pero sobre todo de buen corazón, el coordinador, era la cabecilla del grupo y que repentinamente gritó: Chicos presten atención, ya es hora de partir. Pues todos formamos un circulo como siempre lo hacíamos y antes de subir al bus, oramos: Le pedimos al Señor que en este encuentro nos ilumine y nos de fuerzas para lograr nuestro objetivo, para llevar un momento de alegría a los corazones de la gente chinchana. Roguemos al Señor.
El pasillo del bus iba repleto de hombres parados, es que sus lugares fueron ocupados rápidamente. Éramos alrededor de 30 jóvenes, y teníamos que permanecer por 3 horas incrustados en los asientos, que por cierto eran incomodísimos. En cada rompe muelle, era un cantar de las más melodiosas canciones cristianas.
En la primera fila, en los primeros asientos, se encontraba durmiendo Gustavo, el coordinador superior, de poco cabello blanco, de 45 años y que aun esta mejor parado que un palo de beisbol. A su lado estaba el padre Emilio, un gran apoyo para nuestra ayuda a Chincha.
Aquel joven alto y de ojos claros sentado en la siguiente fila, era el animador, quien tenía que dirigir y divertir con micro en mano toda la animación, era el famoso y legendario Diego Daa. A su lado, Gloria, la mas conocida como emo andante, mujer de contextura gruesa, de ojos negros y de clásico peinado emo, era rarísimo si lograbas ver completo sus dos ojos es que su cabellera cubría la mitad de su cara, sin duda alguna una persona bondadosa y desafiante.
En la tercera fila, Gian Marco, de tez oscura, de rulos alborotados que bailaban al compas de la música, él estaba encargado de la batería en la animación. Mientras tanto Raúl, el de su costado, con boca abierta dormía dulcemente, él ni bailaba, ni cantaba, ni tocaba, solo hablaba, sin embargo un gran catequista, uno de los mas viejos en la Parroquia. Y yo, me sentaba al lado de un joven extraordinario por el cual confirmación no hubiera sido el mismo sin él. Toca la batería, la guitarra, también anima, un gran catequista y sobre todo un gran amigo de todos. Era Diego Doo, un gran amigo mío, y que contagiaba esa unión fraterna que a veces es difícil conseguir en un grupo.
De pronto un gran Stop entorpeció a todos, era Chincha cabizbaja, sin aliento, derrumbada, mientras avanza el autobús, observas gente en la calle con carpas azules levantando la mano y aclamando ayuda. Era totalmente cruel, una parte de la ciudad estaba devastada, arruinada por la gran golpiza. Las casas parecían un castillo de naipes fácilmente de derribar, las paredes se hacían cenizas, y en cada una de ellas marcadas con tinta roja la X, en otras con azul, que daban señal de cuales eran las que se tenían que destruir.
En el escenario, listos y cómodos, preparábamos la primera canción que iba a dar el comienzo de la gran fiesta para estos niños. Animadores arriba del escenario y los apoyos abajo encima del terrenal junto con los niños. Saltábamos con tanto furor y devoción que el repleto de gente, incluyendo a la señora de mi costado, la gordita sin zapatos, bailaba con tanta alegría, como si fuese su fiesta de matrimonio. Se convirtió en par de segundos en una pista de baile, aunque la dureza de los niños, y muchos de ellos, no movían ni un musculo, los rostros reflejaban miedo, y miraban el piso y no lo dejaban de mirar. Y me preguntaba por qué, pues el piso rebotaba mientras nosotros saltábamos de alegría, y ellos solo andaban pendiente de cada movimiento de la tierra, era difícil combatir con tal actitud.
Mientras tanto un niño se me pego a mi falda y no me quiso soltar desde que termino el show. El amoroso abrazo, cada beso, cada risa, cada grito de alegría, cada empujada que se ocasionaban entre ellos, era confortable, era algo indescriptible.
Desde el país muy muy lejano, del más profundo océano, desde el mundo de fantasías, entró Barney. Con su cola enorme, pintado de morado, con bolas verdes, un poco chato pero no importa, “Hola amigos” refunfuñó, e inmediatamente la tensión de los niños bombardeo el escenario y se aventaron encima del falso Barney. Lo pateaban, le jalaban la cola, lo tiraban, lo mordían con sus pequeños dientecitos, lo cabeceaban, hasta que lograron tumbarlo, pero el Barney se mantuvo fuerte y firme. Se salió fuera de control, el alboroto de los niños fue incontrolable hasta que Barney logro pararse y poner orden. Era solo un juego de niños, Barney los abrazó, les canto una canción y quedaron felices.
Ya era la hora de entregar los regalos, pues sabíamos que la multitud solo tenían un pan en el bolsillo y nada más. Es por ello que formamos filas y ordenadamente entregábamos los regalos a los niños y los víveres a las madres que habían movido la pompa. Luego repartimos chocolate caliente, los niños parecían amaestrados, estaban encima de las sillas comiendo, hipnotizados por el sabor del panetón.
Dimos nuestro último aliento, cantando y bailando. Nos despedimos con un gran caluroso abrazo a todos los niños, y agradeciéndoles por habernos recibidos con los brazos abiertos a sus hogares, quedaron tristes y sobre todo el niño que no me había soltado por ningún momento.
Se cerro el telón, subimos al bus y era la hora que el Barney tenía que sacarse el disfraz, y volver a la vida de universitario que le espera, el animador a organizar sus charlas en la parroquia, y cada uno de nosotros continuar la vida que decidimos escoger que por cierto, somos afortunados de tenerlo, mientras que ellos vuelven a su triste y cruel realidad, de seguir sufriendo la pobreza y aun sintiendo los miedos escondidos por sentir que la tierra de nuevo aparte su esperanza.
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